Por: Juan Daniel Correa Salazar
@juandanielcorrea
@musica_creativa_de_colombia
27 de agosto de 2020
“Sometimes we can spend years without living at all,
and suddenly our whole life is concentrated in a single moment .”
Oscar Wilde
El doctor Sergio Rodríguez Azuero – mi “buen padre” (beau-père) en el sentido francés de la palabra, quien es adepto a la numerología – diría algo como esto: gran número, cuatro es dos más dos y también dos veces dos. Si tocara apostarle, seguro lo haría. Yo no resistí la curiosidad y esto es lo que me encontré googleando:
Este es un número para el éxito.
Por lo general, ver el número 42 significa que hay cambios grandes y positivos por delante y debes aceptarlos.
El número 42 también es un número que representa la confianza y la autosuficiencia.
(www.provechososite.com)
¡Mierda! Con esta expresión termina una de las más extraordinarias novelas de García Márquez, para Salvador Dalí según Sigmund Freud el asunto es símbolo de abundancia y, además, si a uno lo llega a cagar un pájaro en la cabeza o pisa popó de perro, lo que está es de buenas.
Así me siento hoy: afortunado y agradecido.
Llegué a los 42 años en esta tierra.
Siguiendo con el juego de números; esta es mi columna 24 que si se lee en forma invertida da igual, y se compone por los mismos dígitos, donde cuatro dividido dos es, a la vez, dos.
El primer casete del que me acuerdo ser poseedor fue Bad de Michael Jackson. Como también me gusta soñar despierto y tener “recuerdos del futuro juntos”, al mejor estilo de Soda Stéreo, en algún espacio – más pronto que tarde – profundizaré en esta joya que da cuenta de lo maravillosa y delirante que es la humanidad.
Más adelante, en un viaje, eso es lo que eran aquellas travesías (o varios, ya no recuerdo), a “San Andresito de la 38” - complejo comercial colombiano de compra y venta libre de cualquier tipo de artículo habido y por haber – conocí los CDs.
Si la mente no me falla (seguro que lo está haciendo), fueron tres en especial los que marcaron mis primeros pasos musicales:
The Wall de Pink Floyd.
Me refiero a él en la columna con más velocidad de esta historia: Ferrari Bogotá.
Boys don’t Cry de The Cure
La canción que le otorga el título al álbum es clave cuando en su momento, o en cualquier otro, a estas líneas les da: Ganas de llorar.
Las entradas escritas en este canal se publican en días específicos. Sin embargo, en realidad, trascienden en el tiempo. No son estáticas. Como la canción “un periódico de ayer” por mucho que se sitúen en fechas pretéritas, siguen viviendo y tienen destinos propios, cada una con su comportamiento autónomo; y también algunas con otras o con todas en conjunto.
Siempre están disponibles para que les quiten la paz – que es lo que más les gusta – en esté vínculo: El Gomelo Champetuo.
El tercer CD, de esos años de inicio de uso de razón, fue:
The Joshua Tree de U2
Hoy presente con uno de sus grandes himnos:
Tonada que no sólo ha logrado alcanzar mi alma, sino cuyo contenido hace parte esencial de lo que soy: ¡Cómo me gusta caminar por donde las calles no tienen nombre! Espero seguir haciéndolo, al menos, hasta los 84.
Y jamás se me va a olvidar aquella tarde en la que mi papá, el único e inefable bailador en cuarentena, me llevó a una tienda de discos, me acuerdo perfectamente de que fue en el Centro Comercial Hacienda Santa Bárbara, en la que tuve que tomar la decisión más determinante como futuro cultor de la música. Sólo tenía derecho a escoger un CD, y las opciones se limitaron a dos, ambas picantes como lo es el infinito México. Sin saberlo, de la resolución del dilema al que me enfrentaba dependería mi porvenir. La elección estaba entre ¿Dónde jugarán los niños? de Maná o El Silencio de los Caifanes. Cavilé, cavilé, cavilé. Me sudaban las manos; casi que no tengo el coraje de hacerlo. Hasta que me armé de valor. No sé si fue para bien, seguramente mi camino hubiese sido al menos más tranquilo de haber tomado la decisión contraria. Opté por el segundo, cuyo sencillo – y video – presento cantándolo, incluso más duro que en 1992, aquí:
Obra esencial. Fundamental para entender por qué escribo lo que escribo. Años después fueron las canciones de Caifanes, y sus deslumbrantes letras, las que me llevaron a estudiar literatura. ¿Estaba loco?, ¿lo estoy?, ¿lo estamos? ¿Qué tiene que ver la música “Rock/Pop” con una carrera en letras? Décadas después y ya con Bob Dylan laureado como Premio Nobel de Literatura, se entiende mejor la decisión, lo cual no significa, de ninguna manera, que estemos cuerdos.
El otro disco lo olvidé, no sin antes preguntarme de tiempo en tiempo, ¿qué sería de mí si hubiese sido fan de Maná? Lo más probable es que habría sido más exitoso y mis números no estarían en rojo; de algo estoy seguro, eso sí: no sería tan feliz.
Tampoco, probablemente, le hubiera dado tantos problemas a mi mamá; tal vez habría sido un muchacho ejemplar y bien puesto (quizás ejecutivo con el mejor de los puestos, por cierto); con toda seguridad, no la hubiese hecho reír con tantas veras, ni hubiese traído al mundo a mi pequeña Juana, luz entre todas las luces.
Así de crucial resultó esa decisión musical en mi vida.
Me despido, dedicándole a la persona que más ha sufrido y gozado con mis decisiones – y quien tuvo la osadía de traerme a este mundo – la siguiente canción del maestro del reggae isleño, de quien tengo la fortuna de ser manager, Job Saas y su latido del corazón (Heartbeat):
Thank you, Mama!!!!
Continúen en sintonía con la Playlist de El Gomelo Champetuo:
Lean también: música para vivir y Sin pelos en la lengua
Vean el concierto #OrgulloDeSer
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